–Y te has quedado tan tranquilo. Yo no puedo, Bruno. (...)
Ha pasado una mano por el aire, tocándolo por todos lados, dejándolo como marcado por su paso. Sonríe, Tengo la sensación de que está solo, completamente solo. Me siento como hueco a su lado. Si a Johnny se le ocurriera pasar su mano a través de mí me cortaría como manteca, como humo. A lo mejor es por eso que a veces me roza la cara con los dedos, cautelosamente.
–Tienes el pan ahí, sobre el mantel -dice Johnny mirando el aire-. Es una cosa sólida, no se puede negar, con un color bellísimo, un perfume. Algo que no soy yo, algo distinto, fuera de mí. Pero si lo toco, si estiro los dedos y lo agarro, entonces hay algo que cambia, ¿no te parece? El pan está fuera de mí, pero lo toco con los dedos, lo siento, siento que eso es el mundo, pero si yo puedo tocarlo y sentirlo, entonces no se puede decir realmente que sea otra cosa, o ¿tú crees que se puede decir?
–Querido, hace miles de años que un montón de barbudos se vienen rompiendo la cabeza para resolver el problema.
–En el pan es de día -murmura Johnny, tapándose la cara-, Y yo me atrevo a tocarlo, a cortarlo en dos, a metérmelo en la boca. No pasa nada, ya sé: eso es lo terrible. ¿Te das cuenta de que es terrible que no pase nada? Cortas el pan, le c1avas el cuchillo, y todo sigue como antes. Yo no comprendo, Bruno.
Cortázar, El Perseguidor.